
Cuadro de Henry Matisse
MORIR DE AMOR
Detrás del escaparate y bajo la luz sesgada de un foco, descansaba sobre un pedestal de raso carmín, un espléndido ramo de rosas. Cada día después del trabajo, de camino a casa, me paraba delante a contemplarlo. El, por su parte, me esperaba como si de un enamorado se tratara. Mostraba con orgullo, unas hermosas rosas de pétalos de color beige que contrastaban con el verde brillante de sus hojas. En la parte inferior central un gran lazo de color púrpura le daba un aspecto de gran majestuosidad. Me gustaba observarlo. Al rayar la mañana cuando la luz brillaba, su belleza se multiplicaba. Lucía como si fuera un gran manto virginal y atraía mis ojos con la misma atracción que desprende una veinteañera delante de un cuarentón enamoradizo. Yo soñaba con aquel hermoso ramo de rosas, y él creo que soñaba conmigo. Cada día que pasaba temía que ya no estuviera allí esperándome, que alguien lo hubiera comprado, en definitiva, que se hubiera ido con otra. Pero no, allí seguía siéndome fiel día a día.
Poco a poco mis ojos cada día, fueron observando algún pequeño cambio que llamó mi atención.
Sus hojas ya no brillaban como el primer día, y sus pétalos parecían haber sufrido un viento frío y temerario o hubieran sentido el desánimo de un abandono.
Marchitaba a la caída de la tarde, como marchita el día.
Una mañana ya no lució más para mí. El escaparate estaba vacío.
Yo creo, que murió de amor.
Aquel día, yo también morí un poco por él.
Después de 30 años, aún lo recuerdo. Los grandes amores, nunca mueren.
Detrás del escaparate y bajo la luz sesgada de un foco, descansaba sobre un pedestal de raso carmín, un espléndido ramo de rosas. Cada día después del trabajo, de camino a casa, me paraba delante a contemplarlo. El, por su parte, me esperaba como si de un enamorado se tratara. Mostraba con orgullo, unas hermosas rosas de pétalos de color beige que contrastaban con el verde brillante de sus hojas. En la parte inferior central un gran lazo de color púrpura le daba un aspecto de gran majestuosidad. Me gustaba observarlo. Al rayar la mañana cuando la luz brillaba, su belleza se multiplicaba. Lucía como si fuera un gran manto virginal y atraía mis ojos con la misma atracción que desprende una veinteañera delante de un cuarentón enamoradizo. Yo soñaba con aquel hermoso ramo de rosas, y él creo que soñaba conmigo. Cada día que pasaba temía que ya no estuviera allí esperándome, que alguien lo hubiera comprado, en definitiva, que se hubiera ido con otra. Pero no, allí seguía siéndome fiel día a día.
Poco a poco mis ojos cada día, fueron observando algún pequeño cambio que llamó mi atención.
Sus hojas ya no brillaban como el primer día, y sus pétalos parecían haber sufrido un viento frío y temerario o hubieran sentido el desánimo de un abandono.
Marchitaba a la caída de la tarde, como marchita el día.
Una mañana ya no lució más para mí. El escaparate estaba vacío.
Yo creo, que murió de amor.
Aquel día, yo también morí un poco por él.
Después de 30 años, aún lo recuerdo. Los grandes amores, nunca mueren.
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Muy bonito y excelente relato, amiga Carmela.
ResponderEliminarCreo también que los grandes amores, nunca mueren, van más allá de la muerte, ni ella puede matarlos.
Un abrazooo amiga
Como alegoría del amor efímero, como matáfora del amor idílico, intimísta y secreto, y del vacio que deja un sueño que se esfuma... el ramo de rosas representa a los amores perdidos de un personaje, que a pesar del tiempo que ha pasado no olvida porque sigue enamorada del amor.
ResponderEliminarAbrazos
¿Qué sería del ser humano si no creyera que existen esa clase de amor que nunca muere?
ResponderEliminarGracias querida amiga, por estar aqui.
Besos.
Hola Antonio, este comentario debo de agradecertelo doblemente, puesto que, sé que los relatos de amor, no son tus preferidos.
ResponderEliminarPues bien, simplemente tocaba hacer uno donde dejara un buen sabor de boca y la mente completamente relajada dónde no hubiera, prisas, ni angustias, ni muertos por doquier. :)
Un abrazo.
¿Que el amor nunca muere? Eso para los amores felices, los demás mejor dejarlos olvidados en el baúl de los recuerdos.
ResponderEliminarBiquiños y precioso relato meniña.
Los grandes amores, nunca mueren, eso quiero pensar yo. Los demás, será que no merecen ser recordados. Un beso Carmela. Gracias por tu comentario.
ResponderEliminarBuen fin de semana.
¡Qué romántica te nos has puesto esta semana, querida Carmela! Tanto en tu último poema como en este relato, que alude a la eternidad de los recuerdos frente a lo efímero de la vida. ¡Ay, esos amores eternos! Y otro beso, amiga mía.
ResponderEliminarYa ves querida amiga, será que en el fondo soy una romántica empedernida sin posible solución.
ResponderEliminarGracias por leerme.
Un beso
El amor, que reside en difícil equilibrio en los recovecos de nuestra alma, es, como nosotros, mutable, efímero, al menos en apariencia. Pero no es menos cierto que, si lográramos poner “en hora”, todos a una, el amor de que todos y cada uno somos capaces, cambiaríamos el mundo para siempre. Por eso quiero pensar que el amor, nuestro amor, como nosotros, deja una estela fosforescente en la urdimbre del infinito, y esa estela puede ser captada por los seres sensibles, receptivos, por los espíritus que existen en un plano diferente. Los pétalos de ese ramo, condenados a la desaparición, permanecen no obstante, como el amor que suscitan, como el amor que entregan, aún sin saberlo. Otra vez lo has hecho y me sigues sorprendiendo, y me sigues invitando a hacerme preguntas.
ResponderEliminarUn beso
Muchas gracias Aracillum por dejarme tu comentario tan valioso para mi, como tu sabes.
ResponderEliminarDel amor, se ha hablado, se habla y se hablará siempre porque el amor es perenne. El ramo de rosas, es cierto estaba abocado a su desaparición, pero ciertamente no lo que suscitó.
Un abrazo
Qué bonito Carmen!, me has venido a recordar a G. García Márquez en su "amor en los tiempos del cólera".
ResponderEliminarEs un relato hermoso, aunque el final sea triste. Te felicito mucho...
Besos y feliz día
Muchas gracias Mayde por dejarme tu comentario.
ResponderEliminarEl que te haya recordado a G.Farcia Márquez, es un honor para mi.
En cuanto al final del relato, no pudo ser otro. A eso estaba destinado.
Besos.