Cuadro de: Félix Mas

CARMEN REY "Relatos de bolsillo"

domingo, 6 de noviembre de 2011

SIN JUSTIFICACIÓN

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 Obra de Vincent Van Gogh

SIN JUSTIFICACIÓN

No tengo nada que decir. Fue todo lo que dijo al expresarle  mi deseo de divorcio. Me ha costado algún tiempo  decidirme, pero últimamente he estado viendo en Julián una actitud que me ha llenado de angustia. Julián siempre ha sido atento conmigo, no puedo decir que no, aunque su apatía muchas veces haya sido motivo de disputa. Todos los días, al terminar mi trabajo, volvía a casa, entraba y me dirigía directamente al sofá. Allí estaba sentado. Yo doblaba mi espalda para darle un beso, él me miraba y preguntaba qué hora era; yo nunca me molestaba en contestar, me aburría que me hiciera siempre la misma pregunta, me daba la vuelta y  me dirigía a la habitación a quitarme la ropa haciendo como que no le oía. Así, día tras día, hasta que el jueves  pasado salí del trabajo mirando el reloj; eran dos horas más temprano de lo habitual. Había tenido toda la mañana la cabeza como un volcán en plena erupción, así es que pensé que dejar el trabajo un poco antes  y descansar me vendría bien. Cogí el coche y me dirigí a casa. Al llegar abrí la puerta, dejé las llaves y el bolso encima del recibidor y pasé al comedor. El sofá estaba en pleno abandono y el televisor  anunciaba una lejía estrella para la ropa blanca.  Me dolían los pies, y me agaché a quitarme los zapatos, seguí andando por el pasillo con los zapatos en la mano, y llamando a Julián entré a la habitación. Allí estaba el hombre con el cual había compartido veinte años de mi vida, con una expresión en su cara como si se tratara de un ladrón al que hubieran cogido con las manos llenas de joyas, en zapatillas y cubriendo sólo su cuerpo con un tanga y un sujetador de encaje. Yo no daba crédito a lo que veía, parecía una escena surrealista sacada de una película de los años ochenta. Si hubiera visto a un extraterrestre con lazos rojos en la cabeza me hubiera sorprendido menos que aquello. Con esa cara de estupefacción estaba yo, cuando Julián al verse sorprendido con tal atuendo, con voz subordinada y balbuceante dijo:
―Hola, nenita.
En aquel momento mi boca era como un pozo sin eco en donde se perdía mi lengua. Me di la vuelta, salí de la habitación, me dirigí al comedor y allí me senté en el sofá a recobrarme de aquella increíble situación. No sabía lo que iba a pasar a continuación, pero una cosa tenía clara: No conocía a este hombre.
A los diez minutos salió de la habitación, vestido su cuerpo corpulento como un respetuoso abogado que era, y al verme en el sofá, se acercó a la mesa y cogiendo el mando de la televisión la encendió, como para esconder su vergüenza entre los anuncios. Hasta su cuello me parecía más corto al decirme: 
   ―¿Cómo te ha ido el día?
Mis oídos no daban crédito. Seguí callada y con la mirada ausente, y sin esperar contestación alguna, continuó diciendo:
   ―Tengo que salir, me han llamado del despacho. Me imagino que en cuestión de un par de horas estaré aquí.
Yo me mantuve como una estatua de sal, mirando como Julián se levantaba, caminaba hacia la puerta, la abría, y desaparecía tras un pequeño golpe al cerrarla.
Yo no sabía en ese momento si Julián estaba enfermo, si era gay, o si simplemente era un fetichista, y es algo que desde ese instante no me he atrevido a cuestionárselo.
Ha pasado una semana de eso, y el silencio ha hablado estos días por nosotros; él espera que yo tome la decisión, y yo la estoy madurando. Lo que está claro es que hay una conversación pendiente entre nosotros.
Esta noche, al llegar del trabajo; entré en la casa; el día me había castigado demasiado y mi espalda era un perenne quejido. Me asomé al comedor y vi que no estaba delante de la tele, y empecé a llamarlo:
    ―!Julián!
   ―!Estoy aquí, Rosario! ―Últimamente no usábamos diminutivos.
Dejé el bolso en la entradita, me quite el abrigo y me dirigí a la cocina. Allí estaba él, delante de la mesa y con el delantal puesto; miré su mano que sujetaba un cuchillo a punto de descuartizar una triste berenjena y pensé: ¡Qué hace este tío!
   ― ¿Qué haces? ―le pregunté turbada.
Cuando le observé la cara vi una expresión que no conocía, una mirada maliciosa que desapareció al darse la vuelta hacia el fregadero, dejando ver su espalda desnuda y el último tanga de encaje que me compré, entre la ranura de sus nalgas.


martes, 16 de noviembre de 2010

CONCURSO DE POESIA





QUIERO COMPARTIR CON TODOS VOSOTROS LA NOTICIA DE QUE HE QUEDADO TERCER FINALISTA EN EL CONSURSO DE POESIA DE ETG EDITORES.




!!MUCHAS GRACIAS A TODOS POR VUESTRO APOYO!!

domingo, 14 de noviembre de 2010

PERIODISTA IMPACIENTE

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Cuadro de: Ernest Descals

PERIODISTA IMPACIENTE

Con mirada camaleónica, Juan fijó los ojos en la puerta. Repiqueteó su bolígrafo con su mano sacerdotal y dejándolo luego sobre la mesa, acercó el cenicero para apoyar su breve cigarrillo. Asió la cerveza y la llevó a sus labios prometedores, quedando su sabuesa nariz abducida por el vaso. Sin darse cuenta, sacó otro cigarro y lo encendió con la colilla del primero; al mirar el reloj, sintió sonarle las tripas como un gallo cacareando. Volvió la cara al escuchar abrirse la puerta del bar y levantó su cuello expectante. ¡Allí estaban! Con rápido movimiento, sacó su pequeña cámara fotográfica y al momento de robar la fotografía pensó: – ¡Joder, me han descubierto! ¡A la mierda mi trabajo!


lunes, 18 de octubre de 2010

CONCURSO DE POESIA



!!Las votaciones empezaron, ay Señor!!


Participo en el concurso de poesía de ETG Editores con tres poemas, dos de ellos inéditos.
Clickea en la imágen para leerlos y si os gustan pues vótadme enviando un email a:
juangarca@ymail.com diciendo que votais por Carmela Rey.
(Se debe votar por cincoparticipantes)
Fechas de las votaciones desde: 15-10-2010 al 15-11-2010.
Desde este momento os anticipo mi agradecimiento por vuestras votaciones y por el cariño que me habeis mostrado siempre.

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miércoles, 8 de septiembre de 2010

MI GOZO EN UN POZO

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Cuadro de Renato Guttuso



MI GOZO EN UN POZO


La observaba con mis pequeños y clandestinos ojos. Estaba sentada en la mesa de enfrente, con una sonrisa de luna llena. Sentí el regocijo de mi cuerpo fibroso y mi pecho henchido como un adolescente en su primera noche de marcha. En la mesa, junto a la cerveza, descansaba una revista de Crónicas del Deporte que iba descubriendo con mi mano decidida y delgada. Ella mantuvo su mirada sobre mí, al beber un larguísimo sorbo de su espumosa bebida. Disimulé, pensando al mismo tiempo: ”Ahora o nunca”
Paseé mi cuerpo hercúleo por el pasillo y me dirigí hacia ella…
¡José, José, se oyó una voz desde la barra. Fijé mi vista en el cristal de la puerta. La redonda y austera cara de mi suegro sonreía mientras me llamaba…

jueves, 24 de junio de 2010

PARTO CULINARIO

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Cuadro de David Cheifetz



PARTO CULINARIO



Estaba colocando la compra sobre la mesa de la cocina, cuando sonó el timbre de la puerta.
Miré el reloj. Marcos llegaba tarde. Suspiré y salí a abrir.
― ¡Tengo una sorpresa para ti Julián! ―me había dicho Marcos al llegar, enseñándome una botella de vino. ¿Ya tienes la carne preparada para enseñarme a hacer el estofado?
―Sí, si, pasemos a la cocina tío, la carne necesita dos horas de cocción y joder, has llegado tarde. Tengo todos los ingredientes sobre la bancada, incluido el medio kilo de ternera.
En la cocina, cogí una olla y eché un poco de aceite de oliva y empecé a sofreír la carne.
― Cuando esté sofrita la sacaremos. ―le iba indicando a Marcos. Mientras tanto, iremos cortando las cebollas, la zanahoria y dos ajos y lo pocharemos todo.
Marcos ya había cogido la cebolla para cortarla, cuando de momento se había oído el timbre de la puerta. Dudé un instante si abrir la puerta o no. No esperaba a nadie.
El timbre había vuelto a sonar con más insistencia. Decidí abrir.
Al otro lado de la puerta me encontré a la Sra. Manuela, vecina de rellano, con cara de berenjena y balbuceando algo casi ininteligible.
―Mi hija, mi hija ha roto aguas! ―Logré entenderle. Por favor, por favor, llévenos al hospital. ¡Creo que está a punto de parir!
― ¡Joder, joder, un momento, un momento! ―dije nervioso.
Había entrado corriendo a la cocina donde Marcos, seguía cortando las verduras y le dije balbuceando:
― ! Me tengo que ir Marcos, la vecina de al lado se ha puesto de parto! Tengo que llevarla al hospital, pero tú continúa. Cuando termines, llámame y te iré indicando lo que tienes que seguir haciendo. No creo que tarde demasiado.
Marcos había asentido un poco perplejo.
Salí corriendo con las llaves en la mano, y al cruzar el vestíbulo le di un manotazo al florero que se hizo añicos al caer al suelo. Sin volver la cara, abrí la puerta y dando un portazo, corrí a la puerta de Susana que permanecía abierta. Así a Susana y bajamos por el ascensor. Su cara denotaba un gesto de dolor.
―! Aguanta, aguanta! ―Le decía su madre.
Arranqué el coche después de ayudar a Susana que resoplaba con una respiración agitada. Me enfilé por la avenida jugándonos la vida al saltarme dos semáforos en rojo.
Era una carrera desesperada. Los coches ajenos, me parecía que circulaban como tortugas.
Sonó el móvil. Saltó el manos libres y contesté. Era Marcos.
―Julián, ya tengo el sofrito hecho.
― !Ay, por Dios, corre que este niño no espera! ―Casi gritaba mi vecina.
―Tranquila, tranquila. ―Trataba de calmarla la madre.
―Marcos, añade ahora la carne al sofrito. !Ay, por favor Susana ya casi estamos, aguanta! ― Le hablaba a la vez a mi vecina. Creí que me volvería loco.
Entre contracción y contracción se le oía respirar un poco más tranquila.
―Si Marcos, sí. Echa la carne a la olla, y añade, una pizca de pimienta molida, nuez moscada y la sal. A continuación el tomate frito que está en la nevera y añade el caldo de carne, que está encima del banco.
― ! Ay, Dios mío, ay Dios mío! ―seguía quejándose Susana.
― !Ah, echa también una hoja de laurel, pimienta en grano, y un chorreón de vino blanco! ―continuaba yo.
―De acuerdo, de acuerdo. ―dijo Marcos al otro lado del teléfono.
Susana sudaba. Hacia verdaderos esfuerzos por aguantar. Tenía la cabeza apoyada en el asiento, y emitía unos gritos que me rompían el alma. Se quería morir y yo supuse que en su caso yo querría lo mismo.
― ! Por favor, por favor, esto es insoportable! ¡Está empujando! ¡Dios mío!
La madre la atendía como podía, pero la situación se agravaba. Me acababa de saltar otro semáforo en rojo cuando volvió a sonar el teléfono. Era Marcos.
―Julián esto está hirviendo, ¿Qué más hago? ¿Le echo ahora la sal?
―! Marcos, por Dios, estoy en la calle Benavites, llama a la guardia civil, o a la policía, o a quien quieras. ¡Que nos ayuden, tengo que parar el coche, el niño está aquí!
El parto era inminente.
Cuando llegó la ambulancia yo casi no podía articular palabra. Subieron a la ambulancia a Susana y a un precioso niño que había nacido hacia diez minutos con mi ayuda y la de la abuela.
Eran ya casi las cuatro cuando llegué al portal de mi casa. Al abrir la puerta, un olor a comida quemada, casi me tumbó para atrás.
Pensé que habría de pasar mucho tiempo, antes que en mi casa se volviera a cocinar otra vez carne estofada.

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miércoles, 2 de junio de 2010

MORIR DE AMOR

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Cuadro de Henry Matisse



MORIR DE AMOR


Detrás del escaparate y bajo la luz sesgada de un foco, descansaba sobre un pedestal de raso carmín, un espléndido ramo de rosas. Cada día después del trabajo, de camino a casa, me paraba delante a contemplarlo. El, por su parte, me esperaba como si de un enamorado se tratara. Mostraba con orgullo, unas hermosas rosas de pétalos de color beige que contrastaban con el verde brillante de sus hojas. En la parte inferior central un gran lazo de color púrpura le daba un aspecto de gran majestuosidad. Me gustaba observarlo. Al rayar la mañana cuando la luz brillaba, su belleza se multiplicaba. Lucía como si fuera un gran manto virginal y atraía mis ojos con la misma atracción que desprende una veinteañera delante de un cuarentón enamoradizo. Yo soñaba con aquel hermoso ramo de rosas, y él creo que soñaba conmigo. Cada día que pasaba temía que ya no estuviera allí esperándome, que alguien lo hubiera comprado, en definitiva, que se hubiera ido con otra. Pero no, allí seguía siéndome fiel día a día.
Poco a poco mis ojos cada día, fueron observando algún pequeño cambio que llamó mi atención.
Sus hojas ya no brillaban como el primer día, y sus pétalos parecían haber sufrido un viento frío y temerario o hubieran sentido el desánimo de un abandono.
Marchitaba a la caída de la tarde, como marchita el día.
Una mañana ya no lució más para mí. El escaparate estaba vacío.
Yo creo, que murió de amor.
Aquel día, yo también morí un poco por él.
Después de 30 años, aún lo recuerdo. Los grandes amores, nunca mueren.
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