Cuadro de: Félix Mas

CARMEN REY "Relatos de bolsillo"

martes, 16 de noviembre de 2010

CONCURSO DE POESIA





QUIERO COMPARTIR CON TODOS VOSOTROS LA NOTICIA DE QUE HE QUEDADO TERCER FINALISTA EN EL CONSURSO DE POESIA DE ETG EDITORES.




!!MUCHAS GRACIAS A TODOS POR VUESTRO APOYO!!

domingo, 14 de noviembre de 2010

PERIODISTA IMPACIENTE

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Cuadro de: Ernest Descals

PERIODISTA IMPACIENTE

Con mirada camaleónica, Juan fijó los ojos en la puerta. Repiqueteó su bolígrafo con su mano sacerdotal y dejándolo luego sobre la mesa, acercó el cenicero para apoyar su breve cigarrillo. Asió la cerveza y la llevó a sus labios prometedores, quedando su sabuesa nariz abducida por el vaso. Sin darse cuenta, sacó otro cigarro y lo encendió con la colilla del primero; al mirar el reloj, sintió sonarle las tripas como un gallo cacareando. Volvió la cara al escuchar abrirse la puerta del bar y levantó su cuello expectante. ¡Allí estaban! Con rápido movimiento, sacó su pequeña cámara fotográfica y al momento de robar la fotografía pensó: – ¡Joder, me han descubierto! ¡A la mierda mi trabajo!


lunes, 18 de octubre de 2010

CONCURSO DE POESIA



!!Las votaciones empezaron, ay Señor!!


Participo en el concurso de poesía de ETG Editores con tres poemas, dos de ellos inéditos.
Clickea en la imágen para leerlos y si os gustan pues vótadme enviando un email a:
juangarca@ymail.com diciendo que votais por Carmela Rey.
(Se debe votar por cincoparticipantes)
Fechas de las votaciones desde: 15-10-2010 al 15-11-2010.
Desde este momento os anticipo mi agradecimiento por vuestras votaciones y por el cariño que me habeis mostrado siempre.

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miércoles, 8 de septiembre de 2010

MI GOZO EN UN POZO

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Cuadro de Renato Guttuso



MI GOZO EN UN POZO


La observaba con mis pequeños y clandestinos ojos. Estaba sentada en la mesa de enfrente, con una sonrisa de luna llena. Sentí el regocijo de mi cuerpo fibroso y mi pecho henchido como un adolescente en su primera noche de marcha. En la mesa, junto a la cerveza, descansaba una revista de Crónicas del Deporte que iba descubriendo con mi mano decidida y delgada. Ella mantuvo su mirada sobre mí, al beber un larguísimo sorbo de su espumosa bebida. Disimulé, pensando al mismo tiempo: ”Ahora o nunca”
Paseé mi cuerpo hercúleo por el pasillo y me dirigí hacia ella…
¡José, José, se oyó una voz desde la barra. Fijé mi vista en el cristal de la puerta. La redonda y austera cara de mi suegro sonreía mientras me llamaba…

jueves, 24 de junio de 2010

PARTO CULINARIO

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Cuadro de David Cheifetz



PARTO CULINARIO



Estaba colocando la compra sobre la mesa de la cocina, cuando sonó el timbre de la puerta.
Miré el reloj. Marcos llegaba tarde. Suspiré y salí a abrir.
― ¡Tengo una sorpresa para ti Julián! ―me había dicho Marcos al llegar, enseñándome una botella de vino. ¿Ya tienes la carne preparada para enseñarme a hacer el estofado?
―Sí, si, pasemos a la cocina tío, la carne necesita dos horas de cocción y joder, has llegado tarde. Tengo todos los ingredientes sobre la bancada, incluido el medio kilo de ternera.
En la cocina, cogí una olla y eché un poco de aceite de oliva y empecé a sofreír la carne.
― Cuando esté sofrita la sacaremos. ―le iba indicando a Marcos. Mientras tanto, iremos cortando las cebollas, la zanahoria y dos ajos y lo pocharemos todo.
Marcos ya había cogido la cebolla para cortarla, cuando de momento se había oído el timbre de la puerta. Dudé un instante si abrir la puerta o no. No esperaba a nadie.
El timbre había vuelto a sonar con más insistencia. Decidí abrir.
Al otro lado de la puerta me encontré a la Sra. Manuela, vecina de rellano, con cara de berenjena y balbuceando algo casi ininteligible.
―Mi hija, mi hija ha roto aguas! ―Logré entenderle. Por favor, por favor, llévenos al hospital. ¡Creo que está a punto de parir!
― ¡Joder, joder, un momento, un momento! ―dije nervioso.
Había entrado corriendo a la cocina donde Marcos, seguía cortando las verduras y le dije balbuceando:
― ! Me tengo que ir Marcos, la vecina de al lado se ha puesto de parto! Tengo que llevarla al hospital, pero tú continúa. Cuando termines, llámame y te iré indicando lo que tienes que seguir haciendo. No creo que tarde demasiado.
Marcos había asentido un poco perplejo.
Salí corriendo con las llaves en la mano, y al cruzar el vestíbulo le di un manotazo al florero que se hizo añicos al caer al suelo. Sin volver la cara, abrí la puerta y dando un portazo, corrí a la puerta de Susana que permanecía abierta. Así a Susana y bajamos por el ascensor. Su cara denotaba un gesto de dolor.
―! Aguanta, aguanta! ―Le decía su madre.
Arranqué el coche después de ayudar a Susana que resoplaba con una respiración agitada. Me enfilé por la avenida jugándonos la vida al saltarme dos semáforos en rojo.
Era una carrera desesperada. Los coches ajenos, me parecía que circulaban como tortugas.
Sonó el móvil. Saltó el manos libres y contesté. Era Marcos.
―Julián, ya tengo el sofrito hecho.
― !Ay, por Dios, corre que este niño no espera! ―Casi gritaba mi vecina.
―Tranquila, tranquila. ―Trataba de calmarla la madre.
―Marcos, añade ahora la carne al sofrito. !Ay, por favor Susana ya casi estamos, aguanta! ― Le hablaba a la vez a mi vecina. Creí que me volvería loco.
Entre contracción y contracción se le oía respirar un poco más tranquila.
―Si Marcos, sí. Echa la carne a la olla, y añade, una pizca de pimienta molida, nuez moscada y la sal. A continuación el tomate frito que está en la nevera y añade el caldo de carne, que está encima del banco.
― ! Ay, Dios mío, ay Dios mío! ―seguía quejándose Susana.
― !Ah, echa también una hoja de laurel, pimienta en grano, y un chorreón de vino blanco! ―continuaba yo.
―De acuerdo, de acuerdo. ―dijo Marcos al otro lado del teléfono.
Susana sudaba. Hacia verdaderos esfuerzos por aguantar. Tenía la cabeza apoyada en el asiento, y emitía unos gritos que me rompían el alma. Se quería morir y yo supuse que en su caso yo querría lo mismo.
― ! Por favor, por favor, esto es insoportable! ¡Está empujando! ¡Dios mío!
La madre la atendía como podía, pero la situación se agravaba. Me acababa de saltar otro semáforo en rojo cuando volvió a sonar el teléfono. Era Marcos.
―Julián esto está hirviendo, ¿Qué más hago? ¿Le echo ahora la sal?
―! Marcos, por Dios, estoy en la calle Benavites, llama a la guardia civil, o a la policía, o a quien quieras. ¡Que nos ayuden, tengo que parar el coche, el niño está aquí!
El parto era inminente.
Cuando llegó la ambulancia yo casi no podía articular palabra. Subieron a la ambulancia a Susana y a un precioso niño que había nacido hacia diez minutos con mi ayuda y la de la abuela.
Eran ya casi las cuatro cuando llegué al portal de mi casa. Al abrir la puerta, un olor a comida quemada, casi me tumbó para atrás.
Pensé que habría de pasar mucho tiempo, antes que en mi casa se volviera a cocinar otra vez carne estofada.

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miércoles, 2 de junio de 2010

MORIR DE AMOR

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Cuadro de Henry Matisse



MORIR DE AMOR


Detrás del escaparate y bajo la luz sesgada de un foco, descansaba sobre un pedestal de raso carmín, un espléndido ramo de rosas. Cada día después del trabajo, de camino a casa, me paraba delante a contemplarlo. El, por su parte, me esperaba como si de un enamorado se tratara. Mostraba con orgullo, unas hermosas rosas de pétalos de color beige que contrastaban con el verde brillante de sus hojas. En la parte inferior central un gran lazo de color púrpura le daba un aspecto de gran majestuosidad. Me gustaba observarlo. Al rayar la mañana cuando la luz brillaba, su belleza se multiplicaba. Lucía como si fuera un gran manto virginal y atraía mis ojos con la misma atracción que desprende una veinteañera delante de un cuarentón enamoradizo. Yo soñaba con aquel hermoso ramo de rosas, y él creo que soñaba conmigo. Cada día que pasaba temía que ya no estuviera allí esperándome, que alguien lo hubiera comprado, en definitiva, que se hubiera ido con otra. Pero no, allí seguía siéndome fiel día a día.
Poco a poco mis ojos cada día, fueron observando algún pequeño cambio que llamó mi atención.
Sus hojas ya no brillaban como el primer día, y sus pétalos parecían haber sufrido un viento frío y temerario o hubieran sentido el desánimo de un abandono.
Marchitaba a la caída de la tarde, como marchita el día.
Una mañana ya no lució más para mí. El escaparate estaba vacío.
Yo creo, que murió de amor.
Aquel día, yo también morí un poco por él.
Después de 30 años, aún lo recuerdo. Los grandes amores, nunca mueren.
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lunes, 24 de mayo de 2010

LANCE INESPERADO

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Cuadro de: Camille Pissarro "La calle Saint- Honoré" Efecto Lluvia.

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LANCE INESPERADO
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Héctor abrió los ojos y miró el reloj. Casi le da un espasmo. Eran las 8 y el despertador no había sonado. Dio un salto de la cama y se fue directo al cuarto de baño. Se quitó la camiseta, y dejó caer en el suelo el pantalón del pijama, abrió el grifo del agua y se metió en la ducha. ¡Joder que fría está! Pensaba. Al coger la botella de gel con su mano, se le resbaló y fue a parar a su pie. ¡Ay, que golpe, coño! La cogió y en dos minutos se enjabonó y se enjuagó. Tomó la toalla y frotándose salió presuroso hacia la habitación; sacó la ropa interior de la mesita de noche, descolgó la ropa del perchero y mientras se vestía pensaba que no tenía que haberse acostado tan tarde hablando con María.
―Ese ascenso te lo mereces, le había dicho ella, contenta al enterarse de su posible ascenso.
Después de vestirse se volvió al cuarto de baño a peinarse murmurando entre dientes: ¡Precisamente hoy, precisamente hoy que quiere el jefe hablar conmigo a las 9 de la mañana!
Lo de desayunar hoy era todo un lujo al que no podría acceder, así es que cogió la cartera y miró encima del mueble del recibidor buscando las llaves, pero… ¿Dónde diablos están las llaves? Pensó llevándose la mano a la cabeza. Suspiró. Pensemos, balbuceaba nervioso. ¡Joder! Esto me pasa solamente a mí. Aligeró el paso hasta el dormitorio y asió la chaqueta que reposaba sobre la banqueta desde el día anterior. Allí estaban perdidas en un bolsillo. Menos mal, resoplaba Héctor, saliendo por la puerta y dejando atrás una estela de celeridad.
Bajó las escaleras de dos en dos y al llegar al patio se cruzó con la vecina del segundo. ¡No por Dios, ahora no! Pensaba mientras dejaba un “buenos días” anclado en el aire y a la mujer sorprendida con la palabra en la boca.
En la calle, la gente presurosa iba de un lado para otro. Miró el reloj y faltaban diez minutos para entrar al trabajo. La lluvia traía un viento frío que helaba hasta el silencio. Se subió el cuello de la chaqueta y dejó su mano apoyada bajo su barbilla. ¡Dios mío! ¿Cómo puede tardar tanto el semáforo en cambiar de color? Llevaba los pies empapados y los zapatos le habían cambiado hasta de color. Cruzó la calle encaminándose hasta el coche andando entre los charcos. Llegó y al ir a abrir el coche se le acercó un joven mojado hasta los huesos y le preguntó:
― ¿Ha averiguado ya algo?
Héctor lo miró sorprendido. Se encogió de hombros, y bajando la vista a la cerradura le dijo:
― Joven creo que me debes de haber confundido con alguien.
―No, no me confundo de persona. Contestó el joven con voz serena y mirándolo de arriba abajo, como calibrando la situación.
Héctor se atrevió a mirarlo fijamente a la cara y se disculpó. Lo menos que podía esperar en ese momento es que tuviera que desembarazarse de un loco.
―Lo siento, llego tarde a mi trabajo y no puedo perder tiempo.
Entró en el coche y cerró la puerta. Estaba nervioso y empapado. Arrancó el coche…
Por el retrovisor pudo ver la cara perpleja del muchacho musitando alguna palabrería que ya no podía escuchar.
― ¡Joder, por qué me pasan estas cosas a mí!
Metió la llave y le dio al contacto y exasperado como estaba no se dio cuenta que el freno de mano seguía puesto hasta que, el coche empezó a pitar con un sonido estridente.
― !Coño, el freno! Lo bajó y enfiló la avenida de San Marcos hasta llegar a la calle Pedro Infante, donde aparcó en la misma esquina confiando en que la policía no pasara por allí. A la hora de su almuerzo pensó que lo aparcaría mejor.
Al bajar del coche, ya había dejado de llover. Héctor se sentía extenuado, demasiado estresado para ser las 9 de la mañana. Entró en el despacho que aún parecía dormitar y colgó la chaqueta que mantenía el aspecto de un trapo arrugado y mojado. Tragó saliva y con la cartera en la mano se dirigió a ver al jefe. Al llegar a la puerta y tras haber saludado a un par de compañeros, llamó con los nudillos.
―Adelante. ―Se escuchó detrás de la puerta.
Héctor entró nervioso y al pasar al lado del paragüero, le dio un golpe con la cartera.
―Huy, perdón. Buenos días señor Lozano. ―Dijo un poco embarazoso y con una sonrisa generosa.
―Siéntese, siéntese Héctor. No tengo mucho tiempo. Y continuó… Ya sabe Héctor que estamos contentos con la trayectoria de su trabajo y que confiamos en usted plenamente pero, siento decirle que la dirección ha tomado la decisión de reducir el veinte por ciento del personal de la plantilla. Ya sabe usted, los tiempos corren difíciles…
Sonó el móvil.
¡Joder, cógelo Héctor! Pensaba María esperando contestación.

No obtuvo respuesta, y segundos más tarde, la línea se cortó.
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domingo, 9 de mayo de 2010

INGRATITUD

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Cuadro de Alyssa Monks



INGRATITUD


Hoy inauguro una sonrisa diferente. La vida sigue.
Se ha ido. Bueno… ¿Y qué?
¡Hay miles esperando que les ofrezca mi cariño!
¡Que le den!
Pero claro, sé que no será lo mismo. No, no será lo mismo, será mejor, mucho mejor. No lloraré, no. Los hombres no deben llorar.
¡Joder! ¿Quién dijo semejante tontería?
Empiezo a moquear como un quinceañero enamorado, y lo que es esta mierda de televisión no consigue entretenerme. Voy a levantarme y a tomarme un respiro. ¡Me doy pena, joder! Me encamino hasta el cuarto de baño, tiro el toallero, me agacho a recogerlo, se me cae la cartera. ¡Joder! ¿Con quién coño se habrá ido? El espejo me escupe mis miserias. Ahora la echo de menos, la quiero, que le den…
Por un instante pienso que soy el hombre más infeliz de la tierra.
Lo que más me duele es que hasta hace tres días me miraba con unos ojos, que me derretían el alma. ¿Cómo puedo entender que todo haya acabado? No podré entenderlo nunca. Seguro que ha encontrado otro que la cuide mejor que yo, pero desde luego…
¡Nadie la querrá como yo! ¡Ingrata!
De pronto el timbre de la puerta rompe mi congoja. Intento reponerme y salir a ver quién llama con tanto apresuramiento.
¡Joder, debo de parecer un chiste, con los ojos rojos y la nariz como un pimiento morrón!
―! Un momento, ya voy! ―grito. ¡Vaya horas de visita!
Arrastro mis pies hasta la puerta y abro. Allí estaba mi vecino, con cara de perro buldog.
― ¿Es suya esta perra? ―Vociferó.
Y después de quedarme con cara de póker… continuó diciendo:
―¿Qué me sugiere usted que haga con ella después de llevar dos días comiéndose mis geranios?
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miércoles, 28 de abril de 2010

LA FUERZA DEL AMOR


Cuadro de: Paul Cézanne


LA FUERZA DEL AMOR



Creen que es alergia, pero es amor, aunque esto sólo lo se yo. Esta mañana me miró nuevamente con ojos de enamorado, y mi cara se volvió como cada día una flor encendida. Cómo está doctor, escuché a mi madre, y después de comprobar mi sonda, le respondió que seguía estable, que iba a averiguar esa rojez en mi cara. Yo quisiera gritarle que sólo es amor. Siento que me observa, y una lágrima me ahoga al escuchar: ¡si al menos pudiera moverse o hablar! Respiré hondo y con un leve movimiento de dedos, rocé su mano. ©
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domingo, 25 de abril de 2010

UNA NOCHE DE INFORTUNIO


Cuadro de: Ivan Fernández Dávila


UNA NOCHE DE INFORTUNIO
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Miro el reloj y me mortifica el tiempo que me procesa. ¡Las diez de la mañana! Se me escapa un suspiro. Doy un salto y salgo de la cama. No logro recordar lo que pasó anoche. Me miro y mi desnudez me ofrece unos pechos en desafío y un vientre violado por un frondoso follaje. Un sudor frio me cubre la frente. La ropa de la cama presenta un aspecto como si se hubiera lidiado una batalla sobre ella. Percibo un olor dulzón, que hace vibrar mi más íntima fibra como una mezcla de perfumes licenciosos y trato de refrescar la memoria. ¡Oh, Dios mío, me va a estallar la cabeza! La ventana permanece cerrada, pero por debajo de la puerta del cuarto de baño un hilillo de luz da un asueto a aquella oscuridad que sólo se rompe por los grandes ojos de mi gato. Enciendo la luz y me dirijo hacia la puerta del cuarto de baño. Sobre el pomo, colgada permanece una ropa desconocida, pero… ¿Qué es aquel reguero de color púrpura que sale por debajo de la puerta? Un escalofriante silencio inunda la habitación. Vuelvo la cara hacia mi gato y me pregunto ¿Qué diablos ha pasado? Pero él me ignora y sigue lamiéndose las patas que revelan una brillantez extrema y una viscosidad rojiza entre sus uñas. Levanta la cabeza y con una enigmática mirada clava sus ojos sobre los míos. Imposible dar un paso, un escalofrío recorre mi columna vertebral ¡Otra vez ha vuelto a suceder! ©
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